Visita a los Cíclopes

Disculpadme, no terminé de contaros lo ocurrido ayer tras la visita de mi padre.
Una vez Zeus me otorgó mis atributos y cumplió mis deseos, fui al monte Leuco de Creta y luego al océano, donde elegí de acompañantes a numerosas ninfas de 9 años. Después, por invitación del dios Hefesto, visité a los Cíclopes de la isla de Lipara y los encontré forjando una gamella para los caballos de Poseidón. Brontes, quien había recibido la orden de hacer todo cuanto deseara, me tomó en sus rodillas y me acarició. No me gusto nada, así que le arranqué un puñado de pelo del pecho que seguramente no le vuelva a crecer nunca. A mis ninfas les aterrorizó el aspecto salvaje de los Cíclopes y el estrépito de su fragua, y con razón, pues siempre que una niña es desobediente su madre le amenaza con Brontes, Arges o Estéropes. Pero audazmente les pedí que abandonaran por un rato la gamella de Poseidón y me hicieran un arco de plata con una aljaba llena de flechas. A cambio, les dejaría comer la primera presa que cazase.
Una vez conseguí que terminaran mis armas, fui a Arcadia y Pan me dio tres sabuesos de orejas gachas, dos abigarrados y uno moteado (capaces de arrastrar leones vivos hasta sus perreras) y siete sabuesos rápidos de Esparta.
Entrada la tarde, capturé vivas a dos ciervas cornígeras y las uncí a mi carro de oro para que me llevaran al norte por el monte Hemo de Tracia. Allí, corté mi primera antorcha de pino en el Olimpo misio y la encendí con las pavesas de un árbol derribado por un rayo. Después probé mi arco: mis dos primeros blancos fueron árboles, el tercero una fiera y el cuarto una ciudad de hombres injustos. Ya de noche volví a Grecia, donde las ninfas amnisias desuncieron mis ciervas, las almohazaron, las alimentaron con el trébol de crecimiento rápido de la dehesa de Hera que comen los corceles de mi padre y les dieron de beber en gamellas de oro.
Fue un buen día.



Artemisa


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